![]() |
Jaime Mota |
El primer día de clase, sea
cual sea el nivel que vaya a impartir, sean clases de gramática o clases de
destrezas comunicativas, tenga un alumno o tenga veinte, estoy nerviosa. Y da
igual el tiempo que pase. Hasta que no estoy frente a mis alumnos, los miro y
me miran, no me tranquilizo.
Pasar lista ese primer día es para mí algo más que una tarea burocrática. Pronuncio por primera
vez sus nombres (impronunciables muchas veces), les sonrío para decirles que
soy su amiga y no su enemiga y veo cómo responden a mi sonrisa.
Porque es verdad que el
profesor está expuestísimo a las miradas escrutadoras de sus alumnos, que
nuestra ropa, nuestros gestos, nuestros titubeos, todas y cada una de nuestras actios, son registrados por ellos,
interpretados por ellos, para bien o para mal; pero también es verdad que el
lenguaje, corporal y hablado, de los alumnos en esa primera interacción te
permite deducir casi sin margen de error lo que va a ser vuestra relación
durante el tiempo que esta dure. Si tendrás un alumno respetuoso, interesado y
participativo -lo ideal- o si tendrás problemas.
Además, cada clase tiene un
espíritu colectivo. El mismo alumno no responde de la misma manera en clases
diferentes, y esto también lo ves esa primera vez.
Por eso, la actividad de
ese primer día en que por regla general aún no tienen el libro y muchos acaban
de llegar, no solo al curso sino incluso a la ciudad, es muy importante y marca
el rumbo de lo que será la relación profesor-alumno y profesor-clase.
Lo que hago esos días será
la materia de la siguiente entrada de este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario