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Studio with plaster head (Pablo Picasso) |
El primer día de clase es el día de las presentaciones. Pero esta actividad, que de antemano se supone relajada y divertida, puede ser una trampa si no eres la primera persona que da clase al nuevo grupo o si el grupo es muy numeroso. Además, la mayoría de nuestros jóvenes alumnos tiene tal bagaje en eso de moverse por el mundo que a veces notas en ellos cierto cansancio o cierta sensación de pérdida de tiempo cuando sugieres la presentación (otra presentación).
A partir del nivel B1, y en
grupos de más de siete alumnos, suelo hacer subgrupos. Los separo físicamente,
de manera que formen tantos círculos como subgrupos hayamos hecho, y les pido
que hablen entre ellos intercambiando toda la información posible: nombre,
edad, nacionalidad, estudios, familia, aficiones, etc. De este modo, aunque
restrinjo el número de alumnos que entran en contacto directo ese primer día,
evito la tendencia a la “evasión mental” del alumno cuando las presentaciones
sucesivas se prolongan.
Cuando han pasado quince
minutos, les digo de qué va el juego: cada miembro del primer grupo preguntará
a un miembro del segundo algún dato, pero no de sí mismo sino de un compañero,
por ejemplo, cuántos hermanos tiene o qué estudia aquel que está a su derecha,
a su izquierda, etcétera. El segundo grupo hará lo mismo con el tercero y así
sucesivamente, hasta que el último lo haga con el primero. Normalmente no
suelen ser más de cinco.
Así, el contacto del
pequeño grupo se amplía al gran grupo y la competencia los anima, como sucede
casi siempre, ganando el equipo que más respuestas acertadas haya conseguido.
Como yo sé de antemano el
número de alumnos que voy a tener y, por tanto, los grupos que haré y los miembros
que los van a constituir, compro pequeños regalos que muestro a la clase
antes de la “competición”. La entrega de premios suele ser un simpático cierre
de ese primer día de clase.
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